domingo, 22 de abril de 2012

Francisco Mangado, Museo de Arqueología de Álava. Vitoria

Fuente: Francisco Mangado
Nos gusta imaginarnos un museo arqueológico como un cofre denso que, como todo cofre esconde en su interior el tesoro que la historia nos ha querido dejar pieza a pieza. No se trata de una historia cualquiera, al menos no sólo de la historia científica de los expertos, ya que esa historia no siempre deja lugar a la imaginación y casi siempre se termina en sí misma. Una mirada caprichosa que depende más de lo que queremos ver que lo que vemos. Por eso, el pequeño cofre, denso y hermético por fuera, ha de ser sugerente y mágico en el interior. El espacio que contiene no puede limitarse a ser un espacio ordenador, ni un juego de arquitectura bella pero distante; ha de ser un lugar capaz de evocar lugares y gentes a partir del pequeño fragmento de cerámica que, más poderosa que la roca, ha logrado sobrevivir para hablarnos de la fragilidad del tiempo.




El edificio se configura a partir del contexto y de la continuidad que establece con el anejo Palacio de Bendaña, actualmente museo de Naipes Fournier. El acceso principal tiene lugar a través del mismo patio que sirve de acceso al Palacio y permite entender la totalidad del conjunto. Con objeto de ampliar la superficie del patio y dignificar con ello el acceso, la propuesta renuncia a ocupar toda la superficie propuesta. Únicamente se utiliza una estrecha franja que se construye como si fuera un apéndice perpendicular al edificio principal cuya misión es, amén de contener usos de apoyo, ofrecer una fachada al acceso más digna que la representada por el actual medianil de los edificios colindantes. Dado el desnivel de la parcela se accede desde el patio a través de un puente situado sobre un jardín que da luz a las funciones situadas en el nivel más bajo las cuales, de otra manera, quedarían sin iluminación natural en este lateral. 


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